Clientes habituales
Uno a uno, han ido pasando por el bar los clientes habituales: La embarazada a la que parece que su barriga no le crece ni disminuye sino que permanece impasible, como impasible es su costumbre de llegar todas las mañanas a las 8:05. Esto se debe a que su marido no puede dejarla una hora más tarde que es cuando comienza su jornada laboral y que tampoco pueden comprarse otro coche puesto que aun deben gran parte del abecedario al banco.
A esa misma hora, suele parar una mujer que lleva a su sobrino al colegio y que se detiene para comprarle la merienda.
El chico que se sienta junto a la ventana también ha estado aquí. Estudia en un instituto cercano y se para aquí para tomarse el café de los quince minutos y leer por encima los titulares de El País. Muchas veces, los quince minutos de rigor se convierten en una hora ya que decide faltar a primera pues le resulta más enriquecedor e interesante informarse de lo que ocurre en Iraq que las derivadas, integrales, ecuaciones...
Todas estas personas y muchas más quedan todos los días y a la misma hora en este bar, aunque supongo que no es necesario que se lo cuente, que se las pueden imaginar ya que serán las mismas que pasan por su bar de confianza cada mañana.
Cada uno tiene sus manías. Unos piden en la barra, otros en la mesa, algunos se llevan ellos mismo el café, unos pagan al principio, otros al final, pero acabamos todos haciendo lo mismo: tomándonos el café de los quince minutos.
Muchas veces el camarero refunfuña porque no le dejan leer el periódico en paz, porque siempre hay alguien a quien atender.
En el bar la gente no habla demasiado. Salvo algunos que están en la barra y comentan algunas noticias con el camarero enfadado porque no las puede leer por si mismo.
La mayoría está ausente, leyendo o simplemente dormitando porque a estas horas Algunos a lo más que alcanzan, es a hablar de el tiempo que es uno de los temas más recurridos cuando no se tiene nada que decir.
El bar no es demasiado grande pero lo suficiente para los que vamos. Está al lado de una carretera general así que los pocos comentarios están acompañados por el ruido de los coches para arriba y para abajo.
Nunca se llegan a llenar todas las mesas y desde un plano cenital parecemos un tres en raya. Yo siempre me siento en la misma mesa y en ella me encuentro cada día con distinto cenicero. Si te fijas, en cada mesa hay uno, y cada uno de un padre distinto. Unos son más distinguidos que otros pero al final todos hacen lo mismo: recoger la ceniza de los cenizas que se toman el café de los quince minutos.
Me gusta mi bar, porque por las mañanas no se escucha ni la radio, ni la tele, ni música, únicamente los coches que suben y que bajan ya que estamos pegados a una carretera general.
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